De cara a 2020 tuvimos cambios significativos: un ligero crecimiento en su venta y más adeptos.
Por: Ángel Rivas
Que los mexicanos bebemos más vinos, es un hecho. Si es de baja o alta calidad, eso no lo sabemos. Puedo decir es que a pesar de tener una economía estancada, nosotros hacemos un guardadito para disfrutar algunas etiquetas cada quincena. Yo soy testigo.
En las tiendas de conveniencia hay de dónde escoger. En el súper tenemos un espacio a manera de cava, cada vez más grande
con oferta mundial. A decir de expertos: China, India y México están entre los mercados en ascenso en su consumo, aunque, siendo franco, los chinos nos llevan una gran delantera.
Durante 2019 la venta del fermentado de uva no ha crecido a la misma tasa que antes, pero no es algo particular de la industria, sino que sucede en muchos rubros. Distribuidores, importadores y puntos de venta han padecido que a veces el consumidor final opta por vinos donde importa más el precio que la calidad.
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Por otro lado, el Lambrusco y algunos tintos básicos han seguido repuntando entre los nuevos amantes del vino. ¿Qué tienen de malo? Yo no empecé bebiendo Petrus. Después de visitar los valles de Ensenada y la zona vinícola de Querétaro, noto una infraestructura dedicada al enoturismo.
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Todavía falta, pero ya tenemos lo que dirían los gringos wine country. Mientras Trump impone impuestos al vino francés y los gringos vengan a comprarlo a México, el Consejo Mexicano Vitivinícola (CMV) tiene dos nuevas caras: a Hans Backhoff como presidente y a Paz Austin como directora, así que el avance y el futuro son promisorios.
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