
Por Alexis Beard
Desde el momento en que descendimos del bote y sentimos la brisa tibia sobre la piel, supimos que habíamos llegado a un lugar distinto. Isla Mujeres se despliega como un susurro del Caribe, una isla donde el tiempo parece curvarse y el alma respira más lento. Sus aguas cambian de tono con cada hora del día, sus calles huelen a sal y bugambilias, y su ritmo invita a caminar descalzos por dentro.
Almare, de The Luxury Collection, surge entre la selva baja y el mar como una promesa de quietud. La arquitectura de Sordo Madaleno se funde con el paisaje con esa elegancia que no interrumpe, que acompaña. Todo respira en armonía: los materiales nobles, las líneas suaves, el espacio contenido. Nada sobra.
Nuestra suite nos recibió como se recibe a quienes se esperaba. Una terraza amplia frente al horizonte, una bañera al aire libre, aromas de madera y algodón. Nos deshicimos del calendario y nos entregamos a los gestos mínimos: el sonido del mar, la sombra de una palma, la textura de una hamaca.

Las horas transcurrieron en estado de gracia. En Boga, el desayuno nos recordó el origen: chaya, maíz, aguacate, café humeante y sabores con memoria. Más tarde, sobre el rooftop, Seasalt rindió homenaje al Mediterráneo con platos que parecían pintados por la luz del atardecer. Junto a la alberca, ceviches con cítricos vivos, pokes de frescura perfecta, copas con hielo y flor. Todo preparado con intención, como si la cocina también supiera mirar el mar.
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El spa Alma nos condujo hacia adentro. Piedras calientes, aguas en movimiento, vapor con hierbas, un circuito que habla el lenguaje de los cuatro elementos. Al salir, el cuerpo parecía nuevo y el alma más ligera.

La isla nos abrazó más allá del resort. Caminamos por calles tranquilas, saludamos a pescadores, probamos frutas con chile y limón, y subimos a un carrito de golf que nos llevó hasta los acantilados del sur, donde las olas rompen con fuerza sobre las rocas y la vista se pierde en la vastedad. Visitamos el MUSA, ese museo sumergido donde el arte convive con corales y peces, y regresamos a Almare con la sensación de haber vivido algo que no se borra.
Todo en este lugar está pensado para calmar. Aquí la conversación fluye sin prisa, las miradas descansan, y el silencio se siente como un regalo. La experiencia todo incluido toma otra forma: elegante, íntima, generosa. Cada gesto —una flor sobre la cama, un té al anochecer, un saludo auténtico— suma a esa sensación de pertenecer, aunque solo estemos de paso.
Cuando nos despedimos, llevamos con nosotros algo que no pesa pero transforma: la certeza de que existe un rincón en el mundo donde todo se alinea, y ese rincón flota en el Caribe, en una isla donde el mar lo dice todo y el lujo se mide en calma.

Para más información: https://www.marriott.com/es/hotels/cunim-almare-a-luxury-collection-resort-isla-mujeres-adult-all-inclusive/overview/