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EMBORRACHAR EL CORAZÓN: UN ROAD TRIP VINÍCOLA AL PIE DE LOS ANDES

Por: Gourmet de México 19 Abr 2018
EMBORRACHAR EL CORAZÓN: UN ROAD TRIP VINÍCOLA AL PIE DE LOS ANDES
Catar vinos, conocer a sus hacedores y disfrutar el procedimiento de su elaboración, no debería ser un gusto exclusivo de los especialistas y profesionales. Es […]

Catar vinos, conocer a sus hacedores y disfrutar el procedimiento de su elaboración, no debería ser un gusto exclusivo de los especialistas y profesionales. Es un paseo por los sentidos que cualquier persona debería hacer. Luis Gerardo y Pablo, apasionados del tema, viajaron a Argentina para encontrar cepas, sabores y personajes entrañables. Aquí la bitácora de sus hallazgos.

 

Por Luis Gerardo Méndez y Pablo Chemor

Cuando tienes pocos días de vacaciones al año, decidir a dónde viajar se vuelve un asunto serio. Una de nuestras máximas era huir del invierno del 2013 y así fue como Argentina apareció en el mapa. La idea de quitarnos capas de ropa en el verano porteño, darnos un taco de ojo por las calles de Buenos Aires, beber el mejor vino, comer la mejor carne y hacer un road trip al lado de la cordillera de los Andes nos pareció la idea perfecta. La Europea enriqueció el plan con una propuesta que nos dejó con una sonrisa de oreja a oreja: recorrer las bodegas mendocinas en busca de nuestro santo grial, el vino perfecto. Vuelo a BA y a Mendoza, rentar un automóvil y listo. No pudimos elegir mejor.

Pasamos la primera noche en la capital argentina. Recorrimos Palermo, cenamos bife de chorizo y nuestro primer helado… ¡en la vida!, porque el doble cono de chocolate y dulce de leche de Persicco nos hizo sentir que nunca habíamos comido uno de verdad. Sentimos una gran frustración por haber pasado nuestra infancia a lado de Danesa 33. Al día siguiente, ya entradísimos en la dinámica argentina, desayunamos mate y facturitas, para después volar a Mendoza.

En el aeropuerto de esa ciudad rentamos un coche al que bautizamos Coyotito por su color y porque el asiento delantero era ideal para las siestas del copiloto. Tomamos la Ruta 40 hacia el sur, sin saber que ésta sería la columna vertebral de nuestro viaje.

 

PARADA 1: BODEGA TERRAZAS

El pequeño tamaño de este lugar y la calidez que irradia, parece contrarrestar el hecho de que pertenece a la transnacional Moët Hennessy-Louis Vuitton. Nos recibió el enólogo Gustavo Ursomarso con quien nos sentamos a probar un impecable menú de degustación, el cual fue maridado con una amplia selección de sus vinos. Era nuestra primera bodega y nos atrevimos a preguntarle cómo nos recomendaba catar. Hemos asistido a varias degustaciones y en ellas, como aquí, aprendimos que vale la pena dejar que los expertos compartan su propia estrategia. Además nos contó la historia de Mendoza, una región perfecta para cultivar la vid, excepto por un pequeño detalle: es casi un desierto. Esto ha creado un altísimo nivel de organización para administrar el agua. Un sistema de acequias muy antiguo la distribuye con ayuda de curiosos personajes llamados “tomeros”, que abren y cierran llaves para asegurar el flujo equitativo en toda la zona. Recordamos casi con cariño a un delicioso escabeche de conejo montado sobre una tostada de pan con cítricos que nos distraía, junto con los potentes vinos, de los interesantes datos históricos. Más tarde, Gonzalo Carrasco, coordinador de enólogos, hizo un recorrido por los galpones que albergan las barricas en reposo, explicándonos cada parte del proceso. “Hacer vino no es más que tomar decisiones”, nos dijo.

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PARADA 2: BODEGA TAPIZ

En Tapiz empezamos con las llamas. ¡En serio!, llamas. Un grupo de ellas nos recibió antes de pasar a los viñedos. En un pintoresco recorrido en una carroza tirada por caballos aprendimos a distinguir las hojas de Malbec de las de Cabernet Sauvignon; los detalles del riego por goteo y de las inclemencias ocasionales del clima local. Carolina Fuller, sommelier, nos platicó sobre cómo Bodega Tapiz pasó de ser parte de un poderoso emporio a un negocio familiar, desafiando así la tendencia común del mundo capitalista. Reafirmamos nuestra fascinación por este universo con un vino blanco que no conocíamos: el Torrontés. La complejidad floral de su aroma contrasta dramáticamente con la simplicidad y elegancia que tiene en boca, convirtiéndolo así en un perfecto acompañante de los 40 grados del desierto mendocino (y nos atrevemos a suponer que también de la comida mexicana).

Casa Zolo es un exclusivo refugio de cuatro habitaciones dentro del club, nuestro anfitrión por dos noches. Ahí se encuentra el restaurante Terruño, donde nos agasajamos con una cena que incluyó jabalí, ravioles de cordero, queso manchego con mermelada de tomates deshidratados y aceitunas negras. ¡Aplauso de pie! Si a esto añadimos que Club Tapiz ofrece la posibilidad de nadar en su piscina al lado de los viñedos y terminar el día con una sesión de reiki en el spa, alojarse ahí se vuelve una experiencia inigualable. Coyotito y la Ruta 40 nos llevaron hacia Maipú, al día siguiente para continuar el viaje vinícola.

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PARADA 3: BODEGA FAMILIA ZUCCARDI

No podemos enfatizar suficientemente la importancia de la palabra “familia” en el nombre de esta bodega. En Casa del Visitante nos recibieron el mismísimo José Zuccardi y su encantadora hija Julia, y con sus hermanos se involucra decisivamente en el negocio que inició su abuelo en 1963. Comimos el típico asado a las brasas maridado con la mejor plática y vinos extraordinarios. Don José nos decía que aunque el arte de hacerlos y beberlos requiere un nivel de expertise científico, el contexto, la compañía y el humor al final son los factores determinantes. Quizás no es entonces una sorpresa que el soberbio vino Z haya sido uno de nuestros favoritos. Nos compartieron además su reserva privada de grappa, y justo cuando vislumbrábamos una epifanía muy poética sobre cómo la subjetividad del vino es como la del arte, se nos atravesaron unos postres acompañados de Malamado (Malbec a manera de oporto) y el vino dulce Santa Julia Tardío.

Hablamos de las cosas que ‘cortan’ transversalmente las clases sociales y las diferentes generaciones en Argentina: el asado, el mate, el futbol… Sentimos que nos volvíamos un poquito argentinos. Asistimos a nuestra primera cata de aceite de oliva en el side business de Zuccardi. Probamos la variedad de Arauco, que como las uvas Malbec o Torrontés, sólo existe en estas latitudes australes. Esa noche visitamos la ciudad de Mendoza. Cenamos uno de nuestros menús favoritos en el memorable María Antonieta. También caminamos por las calles surcadas por acequias empedradas.

Escuchamos murga (música popular) en la plaza principal; la gente, con su mejor actitud veraniega. Al otro día nos subimos a Coyotito para tomar nuevamente la Ruta 40 hacia el sur, para así llegar al Valle de Uco.

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PARADA 4: BODEGAS SALENTEIN

Lorena Cepparo fue la hostess de este par de viajeros cansados, hambrientos y sedientos. Nos recibió en Killka, un imponente edificio que contrasta con el caprichoso paisaje andino y que tiene restaurante, tienda, oficinas y un museo de arte holandés. Nuestros highlights ahí fueron, sin duda, el irreverente volcán de dulce de leche que parecía replicar en su apariencia y sabor la majestuosidad de las montañas que nos rodeaban, y el delicioso Malbec 2010 Single Vineyard.

Pero lo verdaderamente majestuoso nos esperaba adentro: un santuario de fermentación como no habíamos visto. Los arquitectos mendocinos Bórmida & Yanzón diseñaron un espacio inverosímil, una imponente planta baja en forma de cruz poblada de tanques de acero inoxidable y un complejo sistema de tuberías que aseguran que todos los líquidos estén en su lugar. En el sótano, un templo de barricas y altas columnas perfectamente ordenadas. Al centro, un piano de cola que resonaba como en una auténtica catedral sumergida (en vino). Un lugar que parecía digno de un James Bond pasado por El Código Da Vinci. Inspirados y arrebatados, dejamos ese lugar tan especial para continuar nuestro recorrido.

 

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PARADA 5: BODEGA O. FOURNIER

En nuestra última parada, nos recibió el fundador y presidente José Manuel Ortega Gil-Fournier. Estas monumentales instalaciones diseñadas también por Bórmida & Yanzón son como una pequeña acrópolis rodeada de viñedos y los Andes como telón de fondo. La visita comenzó en el moderno andamiaje suspendido encima de la torre central, un laboratorio que es testigo del interés de la bodega por perfeccionar sus procesos. Bajamos después a ver los tanques de fermentación y en el sótano conocimos las barricas a las que el vino pasa por gravedad de los tanques, ahí reposan en un ambiente frío e ideal. Un espectáculo casi cinematográfico: más que bodega, aquello parecía la biblioteca de El nombre de la rosa. Guiados por José Mario Spisso, el enólogo principal de la firma, hicimos nuestro propio blend (“corte” en español, o assemblage en francés), ¡nos sentimos expertos! Cada uno hizo su mezcla, le entregamos los porcentajes en un papel al enólogo. En la noche, al cenar, nos encontramos nuestro vinos embotellados, encorchados y etiquetados sobre la mesa.

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POR SIEMPRE BUENOS AIRES

Un día después regresamos a Buenos Aires. Hacía mucho calor –¡gracias Persicco! – pero aun así caminamos por toda la ciudad. Decidimos darle la espalda al ritmo gourmet de nuestro viaje y recibir con los brazos abiertos una pizza del legendario Guerrín y, por fin, una cerveza fría. Librerías en Corrientes, parques en Recoleta y la Luna rodando por Callao, eso nos dio Buenos Aires. No pudimos cenar. (La pizza de Guerrín se lleva de 8 a 10 horas de digestión. Tome sus precauciones).

En la siguiente jornada, posteriormente a una fiesta de la que recordamos poco, despertamos tarde y salimos a almorzar. Elena es el finísimo restaurante del hotel Four Seasons: un espacio de doble altura inspirado en las viejas casonas de los barrios porteños (como San Telmo) y un toque industrial de los años 40. Antes de comer, Gonzalo Torrado, el souschef, nos dio un tour por el restaurante; éste se enorgullece por su experimentación en el campo de la carne y los fiambres dry-aged, un proceso meticuloso de maduración en el que la carne es sometida a temperatura y humedad específicas por un tiempo de alrededor de  seis semanas. La simplicidad y elegancia se tradujo en nuestra mesa en una espectacular tabla El Secreto: bresaola de kobe, jamón de pato, queso lincoln, camembert, higos y panal de abeja. Le siguió un T-bone dry-aged al punto con papas fritas. De postre, un panqueque de dulce de leche acompañado de una selección de Dolce Muerte, la línea de helados de la casa. La sommelier Miriam Chávez nos guió por la extensa selección de vinos y nos invitó un trago de autor del bar Pony Line. Rematamos el viaje con San Telmo –carne cortada con cuchara, literalmente– en La Brigada y mercadito de antigüedades, paseos por Boca y Puerto Madero; tiendas hipsters en Palermo y fiestón electrónico en el Club One. Y más helado… todo el helado.

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Argentina no deja ir tan fácil a sus visitantes. Sus sabores, cultura, vino, paisajes, la belleza de su gente y la sensualidad que se respira por las calles se meten hasta el fondo de la memoria del viajero.

Y como diría Cortázar, sólo nos queda pensar: “¿Cómo nos rehabilitaremos?”.

Gourmet de México
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