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CHILE Y SUS LAGOS: ESPEJOS DEL SUR

Por: Gourmet de México 19 Abr 2018
CHILE Y SUS LAGOS: ESPEJOS DEL SUR
Tierra de volcanes, de agua que cae del cielo para imitar a los ríos, para bañar a los barcos. Paisajes que transportan a un pasado […]

Tierra de volcanes, de agua que cae del cielo para imitar a los ríos, para bañar a los barcos. Paisajes que transportan a un pasado lleno de influencias alemanas que se mezclan con los ingredientes y costumbres.

Por Alfonso Franco Fotos Fernando Rodríguez

¿Cómo llegué aquí? Las paredes están tatuadas de poemas de escritores chilenos. “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”, dice Neruda; “Mi gloria está en tus ojos”, afirma Vicente Huidobro. “Aquí te amo”, está escrito junto a la ventana de la habitación. Estoy en Hotel Patagónico, en Puerto Varas. Dicen que aquí comienza el sur: la Patagonia.

Chile es largo. Desde el norte hasta el sur el clima cambia; hay desierto en Atacama y glaciares eternos al otro extremo; hay zonas por demás propicias para la vid, las suficientes para convertir a este país en uno de los cinco principales productores de vino en el mundo. De Chile hay mucho que contar.

Llegué desde la capital del país, Santiago, hasta Puerto Montt, la ciudad principal de la Región de los lagos; de ahí hasta Puerto Varas, el punto de partida estratégico para peinar la zona. Técnicamente esto es la Patagonia, aunque harían falta muchos kilómetros para los glaciares, aun así hace mucho frío, en estas tierras llueve un promedio de 200 días al año. Hay mucho que ver, y elegir parece un castigo. El volcán Osorno custodia la ciudad y el lago Llanquihue gobierna la vista.

Para comprender el paisaje y la gastronomía de toda la región hace falta entender que, alrededor de 1852, el gobierno chileno abrió sus puertas a la comunidad alemana para que colonizara estos territorios, es por eso que la rúbrica visual en toda la Región de los lagos es de casas de cuento germano, hechas de madera y con colores muy vivos, al puro estilo de las provincias teutonas.

 

Chiloé

 

10-300

 

Aquí hay que levantarse muy temprano, y las tres horas de diferencia con respecto al horario de la ciudad de México hacen estragos, pero debemos alcanzar al ferry. Dos horas en auto hacia el sur por la carretera Panamericana son suficientes para llegar al extremo del macizo continental de Chile. Posteriormente hace falta embarcar el coche para recorrer el canal de Chacao, que se nutre del océano Pacífico.

La travesía dura 40 minutos; entre camiones y autos, el viento helado pega de lleno en el rostro. Hay mucha humedad, el clima cala; las manos se entumecen y la “isla grande” se hace visible: todos abajo, llegamos a Ancud.

Una hora más en carretera deja a descubierto la vegetación. Un letrero indica que a la derecha se llega a la isla de los pingüinos de Humboldt, pero tristemente nosotros tomamos hacia la izquierda y la ilusión de desvanece. El camino está bordeado por miles de flores amarillas de nombre espinillo: hermosas, pero han sido una plaga. En la isla, al igual que en toda la Región de los lagos, el cultivo de salmón es una industria importante, pero cuando Darwin llegó aquí, lo que encontró fueron cultivos de, aproximadamente, 400 variedades de papa.

Los pájaros chelles dan el nombre a la isla, y dicen que al país entero, ya que Chiloé y Chile son derivaciones del vocablo mapudungun, que significa “lugar de chelles”. La comida típica en este lugar es el curato, un guiso de carne de res, mariscos y pollo que se cuece en un hoyo, entre hojas de árboles locales, al estilo de la barbacoa y que se acompaña de maravilla con la bebida local de nombre licor de oro, mezcla de un fuerte aguardiente de uva con hierbas y suero de leche.

Chiloé fue el último bastión español en el continente, pero hoy las casas estilo alemán marcan el tono. Castro es la capital, pero un poco adelante está Dalcahue, puerto que alberga una pintoresca flota de pescadores y una serie de iglesias imponentes, patrimonio de la humanidad, construidas a mediados del siglo XIX de madera de alerce, al estilo de las antiguas catedrales germanas.

 

38-300

 

Llueve, llueve y llueve; es difícil sacar la cámara para tomar una foto. Caminamos empapados por Dalcahue, parece que no hay refugio viable. En medio de la cortina de agua un pequeño barco nos espera. El sólo hecho de entrar en la nave climatizada es un alivio, y el primer pisco (omnipresente en todo Chile), en un bálsamo que calienta las entrañas. Una hora de travesía por la Península de Rilán nos lleva hasta el hotel Refugia, donde el paisaje es impresionante y se puede comer algo de la pesca del día, acompañada de productos endémicos, como brotes de árbol, jaiba, merluza y avellanas locales.

Las horas en este lago pasan lentas, perfectamente tranquilas acompañadas del cabernet sauvignon chileno, pero es tiempo de volver. La lluvia para sólo por breves instantes desde el punto más al sur de Chiloé hasta el retorno al Hotel Patagónico en Puerto Varas, que para entonces presume una muestra de cerveza artesanal local. La noche llega igual de mojada. Mañana será un nuevo día en los lagos.

 

Peulla

Otro día y otra historia que contar. En 1913 un grupo de turistas dirigidos por Ricardo Roth, cruzó la Cordillera de los Andes a través de un paso fronterizo, uniendo a Chile desde Peulla hasta Bariloche, en Argentina. A este paso se le conoce como Cruce Andino, y para allá vamos, mirando saltos de agua en las montañas, bordeando lagos dulces y salados que son como espejos que reflejan el sur del continente.

44-1024

 

El punto de partida es Petrohué, a unos 45 minutos de Puerto Varas. Un barco turístico espera para atravesar las montañas de la Cordillera de los Andes, se ven a lo lejos, nevadas, entre las nubes, porque sí, sigue lloviendo.

Hay viajes que se miden en horas sentados en un trasporte, pero éste no, éste se puede medir por las pequeñas islas donde las casas parecen imposibles en medio de la montaña, el bosque y el lago. En el barco la cafetería ofrece vino y pisco, todo para un paseo confortable. Nosotros no vamos hasta Bariloche, una parada intermedia es nuestro destino.

Peulla es un pueblo fácil y difícil de describir: 120 habitantes, un hotel, el Natura Patagonia, casas muy alemanas y una escuela con cuatro estudiantes.

No existe una ruta terrestre para llegar hasta aquí; es complejo adivinar una gastronomía local, puesto que todos los habitantes trabajan en el hotel donde se sirve una comida muy internacional. Parece simple este lugar, metido entre humedales y en medio de la nada, pero los paisajes increíbles y la vista de sus edificios le dan al territorio un cariz de quietud temporal. Por aquí pasa gente de todo el mundo, pero igual no pasa nada, todo es una calma viva.

 

La vuelta inevitable

Es la última noche en Puerto Varas, hay que salir, vivir la noche, pero como si todo conspirara contra la fiesta, llueve más que nunca en el viaje, el cielo se cae con una gran fuerza. Imposible caminar hasta el casino o hasta la iglesia del Sagrado corazón; el Hotel Patagónico tiene una buena cocina, pero hay que arriesgar un poco y entrar al restaurante Las buenas brasas, donde la cocina chilena deja ver algo de la comida de barrio. En este país, además de los mariscos, una tradición es comer “a lo pobre”, un estilo un tanto irónico, ya que se trata de un corte de carne, milanesa o pescado (todo en gran formato), acompañada de un par de huevos estrellados y papas fritas: ojalá así comieran los pobres del mundo.

Al siguiente día, con maletas listas, emprendemos el regreso al aeropuerto de Puerto Montt para ir a Santiago. Pero hay que hacerlo por la ruta panorámica, mirando mucho más lagos que resguardan los criaderos de salmón. Se hace una parada rápida por Maullín y sus cisnes gigantes, pero es obligado detenerse en Frutillar, sin duda el poblado más hermoso de la zona donde la influencia alemana se vive en pleno.

Como una de esas maldiciones de viajero, nuestro último día en la Región de los lagos es el único soleado, lo que hace que Frutillar brille, que los letreros que anuncian las panaderías germanas y los strudel de manzana se antojen más. Aquí, en un impresionante teatro construido sobre el muelle, se celebra año con año el festival de música clásica; es una ciudad artística, con escuelas especializadas y arquitectura impresionante.

Rumbo al aeropuerto paramos para comer, y en la carretera los lugares con bufet ofrecen lo que la tierra produce: cortes de res, lengua, postres, chistorra y vino chileno. Por fin vemos algunas llamas antes de que la ciudad anuncie el fin del viaje. Regresamos a Santiago, con su mercado, sus picadas de comida casera y sus cafés con piernas… Esas son otras historias… ¿Ahora cómo me voy de aquí? Los lagos se quedan atrás, ya habrá nuevas oportunidades para mirarse en esos espejos del sur.

 

52-683

***

SABOR DESTILADO

El pisco es un aguardiente de uva moscatel o Pedro Ximénez, típico de todo Chile y con denominación de origen desde el año 2000, aunque también es muy típico en Perú.

La manera más común de beberlo es en un trago llamado pisco sour que incluye clara de huevo, jugo de limón de pica,
jarabe de goma y hielo, aunque existen varias recetas

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