Un hombre que se busca en el espejo y mira a otra persona. Un actor que es muchos personajes, que es él mismo en las letras. Un cocinero cuando ama, un glotón cuando triunfa y un apasionado siempre.
Fotos Fernando Gómez Carbajal
“El actor filtra, lo que no conoce lo imagina, y el personaje siempre tiene una esencia tuya. Te modificas hasta no reconocerte; haces algo que ya vive a pesar de ti”.
Alejandro está lleno de anécdotas que van marcando la historia de un actor. “Alguna vez comencé a platicar con un joven dramaturgo acerca de una obra que escribí hace años y me dijo que la había visto; no le creí, la presentamos hace años en un teatro súper underground. Me dijo cosas que lo habían marcado y el tipo se dedicó a escribir. Eso te hace sentir un poco viejo…”
¿Pero no el arte se trata también de buscar la inmortalidad?
“Desde luego hay una psicosis en el teatro que busca la leyenda. Por ejemplo una obra llamada Frozen se convirtió en eso, porque dimos 23 funciones y no la vio mucha gente, pero se sigue hablando de ella. Tengo ganas de volver a eso, voy a dar clases de nuevo; me urge un personaje como ese. Tengo muchos proyectos, incluso de retomar series de televisión, pero no hay nadie que se acerque con un texto que me apasione. Igual también estoy dándole vueltas a uno mío, pero aún no lo alcanzo”.
¿Cómo buscas tu lenguaje?
“Antes trabajaba por estructuras, decía, ‘quiero hablar de esto’, y armaba una especie de canovaccio; ahora ya no me salen así las cosas, no de manera tan convencional, no encuentro la esencia de lo que busco. Antes yo era figurativo y ahora ya me importan más las texturas y los colores que la figura”.
Pero eso es parte de una evolución personal…
“Sí, y me enfrento con eso, digo, ‘de qué va a ir’, y en realidad no quiero saberlo todavía, quiero una exploración”.
“La gente que hace humor para su tiempo, se agota con su tiempo…”
Los personajes más visibles, para mayores públicos, que ha interpretado Alejandro Calva tienen una notoria tendencia hacia lo gracioso, pero eso puede ser un espacio de confort que se agote.
“Yo admiro al grupo inglés Tiger Lillies, porque tienen mucho humor en sus letras y les ha durado veinte años, no se les agota. Siempre se corre el riesgo de encontrar los límites del humor personal y ya no saber a dónde ir”.
“Reconocible por ti mismo…”
“Como actor, mi motor poético va por la esencia animal, los instintos primarios y lo que se descompone de eso: las parafilias, las obsesiones…”
Julio Cortázar escribió que los buenos sentimientos generan malos textos…
“Completamente. El escritor Roberto Andrade me trajo un texto sobre la pederastia. Pero nadie se atreve a producir esas cosas, no hay directores que se atrevan. La industria hoy se escandaliza: ¿cómo un narco, cómo un pederasta? El cine mexicano necesita otras cosas, refrescarse. Todos repiten fórmulas, buscan el equilibrio para que el gran público vaya. Ya no sabes si lo que estás haciendo lo haces porque en eso te va la vida o porque quieres una beca o que la gente vaya a verte. Te diluyes en la mercadotecnia. No creo que Chaplin haya pensado en cómo ser tan grande, él tenía ideas y las soltaba”
El arte es subversivo y revolucionario por naturaleza, ¿no hay un punto de equilibrio con los grandes públicos?
“Yo digo que no, que si eres revolucionario tienes que ser fiel a eso. Hay quien piensa que antes de escribir tiene que saber lo que quiere la gente; yo no sé cómo se come eso. Comienzan a introducir palabras a su lenguaje artístico que no combinan: ‘este no es mi target’. Y también como actor creas un híbrido y piensas en hacer lo que te gusta aunque te vaya a ver poca gente, y luego te dices que no te van a pagar más de lo que merece un actor sin cartel, y haces una telenovela para poder mantener la forma de vida que quieres, pero comienzas a perder la huella”.
¿Como director confías más en el talento de un actor o en su disciplina?
“En el casting soy contundente y sólo busco trabajar con quien me prenda, pero una vez en los ensayos no tengo ideas preconcebidas. Mi apuesta es el talento, pero después hay que darle duro al trabajo”.
“Cocino cuando estoy enamorado o enamorando a alguien…”
“Tengo una relación directa entre la cocina, el amor y la seducción. Pienso en qué le gusta a la otra persona, y si está dentro de mis capacidades culinarias, adelante. Las pastas y las ensaladas me salen bien. Hago un sushi muy ecléctico, con el principio del rollo ideo las combinaciones más caprichosas”.
¿Y para que te enamoren a ti?
“Un fetuccini con huitlacoche. Más que un platillo específico es el acto de que me cocinen. El hecho de que mi novia se levante y me sorprenda con el desayuno, eso es maravilloso”.
¿Adónde te gusta ir a comer?
“Ahorita me agrada el restaurante Mi gusto es, porque mi chava es de Sinaloa y siento que ahí le doy un pedacito de su tierra, satisfago su añoranza. Personalmente prefiero descubrir lugares, entrar y pedir lo que no he probado” .
Camino al escenario
Alejandro Calva actuó por primera vez a los ocho años. Se formó en la Escuela de arte Frida Kahlo, en el Departamento de drama de la UNAM y en el Centro de educación artística de INBA. Su carrera se consolidó desde el teatro independiente, la dramaturgia y la búsqueda de una voz y un espacio en los escenarios.
Ha participado en obras leyenda como Frozen y películas como El infierno, que para muchos han marcado un cartabón en la cima de la creación mexicana. El trabajo que le ha dado un escaparate masivo es la serie Los simuladores, producida por el emporio mediático más grande del país. Además ha actuado en telenovelas y series televisivas.
Agradecimientos:
Delirio
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