El mundo parece detenerse en Cape Kidnappers y abrazar el silencio. Por la forma en que la brisa roza los acantilados y por cómo el horizonte se extiende como una promesa infinita, mi legada a Rosewood Cape Kidnappers fue magia pura. Desde lo alto de colinas onduladas, el mar se abre ante los ojos como si la tierra misma quisiera rendirse a su belleza.

Por Melanie Beard
Allí, entre campos dorados y cielos que cambian de azul a oro con el correr del día, encontré un refugio de lujo surreal, una de las joyas mas espectaculares de la isla norte de Nueva Zelanda. El aire olía a eucalipto y sal; el alma, recién despierta, se estiraba como después de un largo sueño. Era una finca viva, una tierra que trabaja, donde las ovejas pastan tranquilas y los senderos conducen tanto al sosiego como al asombro.
El mundo parece detenerse en Cape Kidnappers
Su campo de golf es un escenario en el que la naturaleza y la precisión dialogan. Jugué sobre verdes suspendidos entre el cielo y el abismo, donde cada hoyo parecía una meditación. Los acantilados, como gigantes dormidos, observaban en silencio. Nunca el golf había sido tan íntimo, tan profundamente ligado a lo que me rodeaba. El mundo parece detenerse en Cape Kidnappers …
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Tras el juego, me esperaba el otro arte: el del bienestar, logrado a la perfección. El spa de Rosewood Cape Kidnappers se oculta entre árboles y murmullos. Sus tratamientos miman la piel y parecen hablarle al cuerpo en un idioma antiguo, lleno de aceites cálidos, piedras lisas y manos sabias. Cerré los ojos, y me perdí en esa música hecha de agua y viento, sin pensar, sin desear nada más que estar.

Curando el alma en el Spa
El alma se cura en el spa… y se celebra en la mesa. La gastronomía en Cape Kidnappers es una ceremonia de estaciones y sentidos. Los ingredientes, muchos de su propia tierra, llegan al plato casi con timidez, sin máscaras, sin artificios. Cordero que aún recuerda los prados, vegetales que crujen como hojas en otoño, vinos que cuentan la historia mineral de Hawke’s Bay en cada sorbo. Y el pan… el pan aún tibio, como si el horno supiera cuándo uno necesita sentir hogar.
Una experiencia que nunca olvidaré fue el picnic privado en la playa de arena rosada. La llegada ya era un poema —un four by four nos llevó por hermosos caminos y después una caminata breve, con el mar a un lado y el viento trayendo canciones lejanas. Allí, sobre una manta tejida a mano, me esperaban copas brillantes, frutas que parecían recién caídas del cielo, y una paz tan vasta como el océano mismo. La arena, de un tono tenue rosado y encantado, se deshacía bajo mis dedos como azúcar tibia.

La magia natural de Nueva Zelanda
Cada mañana en Cape Kidnappers comenzaba como una pintura en movimiento: neblina suave sobre las colinas, el canto tímido de los pájaros nativos, y esa luz dorada que solo Nueva Zelanda sabe ofrecer. Caminaba entre los senderos de la finca como quien recorre un secreto ancestral. A veces encontraba ciervos en la distancia, otras solo el crujir de las hojas secas bajo mis pasos. Todo parecía hecho para recordarme que lo natural, cuando se respeta, se vuelve sagrado.
Cuando la noche llegaba una cúpula llena de estrellas antiguas lucía desde la terraza de mi suite, cubriendo un cielo sin nubes e infinito. La belleza natural de Nueva Zelanda se extiende desde su montañas y riscos, hasta la suave luz de un sol que no llega hasta la cima del firmamento y de sus brillantes estrellas. Un destino fascinante, desde Rosewood Cape Kidnappers me enamore del alma de Aotearoa.
Para más información: Rosewood Cape Kidnappers